miércoles, 30 de diciembre de 2015

UN BALANCE AMBIENTAL


Con el año 2015 finiquitado, y en pleno periodo de negociaciones entre los partidos surgidos de las elecciones del 20D para ver quién se lleva el gato al agua y es capaz de formar gobierno, es hora de echar cuentas de lo que nos ha deparado este periodo desde el punto de vista ambiental, aunque no de un modo exhaustivo.

Para empezar, el dato de que en 2015 habremos alcanzado en nuestro planeta la temperatura media más alta desde que se tienen registros no hace sino confirmar lo que la inmensa mayoría de científicos ya saben, que el cambio climático es una realidad. La actividad humana combinada con la acentuación del fenómeno de El Niño (cambio en el sistema océano - atmósfera que ocurre en el Océano Pacífico ecuatorial, que contribuye a cambios significativos del clima) está provocando, de forma cada vez más frecuente, anomalías en el régimen de lluvias y temperaturas inusuales en esta época del año.

Estas anomalías aparecen reflejadas en forma de incendios en el norte de España en pleno invierno, acentuándose la deforestación, la práctica ausencia de nieve en las estaciones de esquí o la sequía en los principales ríos, empezando por el Ebro, ese río que, recuerden, “tiraba el agua al mar”, según la miope visión de los políticos de la región, o el Tajo que, gracias a las aguas “cedidas” en estos 35 años, ha posibilitado que 130.000 hectáreas de suelo sean regadas con estas aguas, a pesar de las protestas de los ribereños del río más largo de España por la falta de agua que, paradójicamente, sufren. En el resto del mundo, las inundaciones en el Reino Unido y Sudamérica (agravadas en este caso por el cultivo de soja transgénica provocando la deforestación que desprotege el suelo) nos alertan de nuevo sobre las consecuencias palpables del cambio climático.

La contaminación de las ciudades es otro problema que estamos sufriendo en este año que se va. Madrid es la más conocida, por las medidas valientes pero necesarias que han puesto en marcha, pero otras ciudades españolas como Barcelona, Valencia, Murcia o Granada superan con creces los niveles de óxidos de nitrógeno u ozono atmosférico, provocando cerca de 27.000 muertes prematuras al año. El apoyo del gobierno a la minería del carbón, una actividad contaminante abocada a su fin, que nos ha costado 23.000 millones de euros desde 1990, en un sector que sólo emplea a 3.000 personas, junto al desmantelamiento de la industria de las energías renovables y la implantación del “impuesto al sol”, castigando el autoconsumo, aderezado con la continuación de las “puertas giratorias” desde los puestos de responsabilidad política a las empresas energéticas son la prueba de la nefasta gestión que este gobierno ha seguido aplicando en nuestro país en materia energética.

En España, la negativa por parte del gobierno a la paralización de la central nuclear de Garoña, la reforma de la Ley de Montes, que permite la edificación en zonas quemadas, la persistencia del uso de pesticidas en la agricultura intensiva que ha provocado, entre otras cosas, la situación crítica del Mar Menor y la práctica desaparición de las abejas (responsables de la polinización del 80% de las plantas comestibles) son otros problemas pendientes de solución. La insuficiente reducción de las cuotas de pesca para el año 2016, por encima de las recomendaciones científicas, decidida por la UE hace unos pocos días, es una mala noticia para el planeta, pues no frena el problema de la sobrepesca, que hipoteca el futuro de los mares y favorece a las grandes industrias frente a los métodos artesanales y sostenibles de pesca.

Pero no todo es negativo. La anulación parcial de la Ley de Costas, por la que se protegen las salinas costeras de la urbanización y desecación, la paralización del cementerio nuclear de Villar de Cañas o el abandono de las prospecciones petrolíferas en las costas canarias (aunque sean debidas a su escasa rentabilidad) son buenas noticias para el medio ambiente, así como el compromiso alcanzado en Paris por parte de los gobiernos mundiales de impedir el aumento en 2ºC de la temperatura media de la Tierra.

El año 2016 se presenta plagado de retos ambientales con implicaciones económicas y sociales. El gobierno entrante debe abordar estos asuntos pendientes con determinación para que, por fin, entremos en el siglo XXI inmersos en una transición ecológica tan necesaria para nuestra propia supervivencia.

Artículo aparecido hoy en La Crónica del Pajarito:

http://www.lacronicadelpajarito.es/blog/federicogcharton/2015/12/un-balance-ambiental

domingo, 13 de diciembre de 2015

UN ACUERDO INSUFICIENTE


Tras dos semanas de interminables sesiones de trabajo, la COP21, la Cumbre del Clima que se ha celebrado en Paris desde el pasado día 30 de noviembre, se ha cerrado, como muchos grupos ecologistas y ambientalistas temían, con un acuerdo claramente insuficiente. Si el texto cita un compromiso para conseguir que el aumento de la temperatura media del planeta esté por debajo de los 2ºC respecto a los niveles pre-industriales, incluso llegando a 1,5ºC, lo cierto es que, para que se cumpla ese objetivo, las economías del mundo deberían iniciar ya la transición ecológica y el abandono de los combustibles fósiles, cosa que las grandes potencias no parece que estén dispuestas a ello.
Además, establece el objetivo de llegar a una “tasa cero emisiones netas” a finales del siglo. Esto, según las organizaciones ecologistas, además de remitirnos a una fecha demasiado lejana, es una trampa, pues permite que se sigan emitiendo gases de efecto invernadero, siempre y cuando se vean compensadas por la captura y almacenamiento de CO2 a través de la geoingeniería y otros medios, tecnologías que aún no están a punto y que plantean serias dudas de sus efectos sobre el planeta.
Todos los representantes de ONGs ecologistas presentes en la cumbre están de acuerdo en que para llegar a cumplir el objetivo de no superar los 2ºC de aumento de temperatura, es necesario dejar en el subsuelo las fuentes no renovables de energía (carbón, gas y petróleo) que aún quedan, e iniciar un cambio radical en nuestro modo de vida, sobre todo en los países desarrollados.
Otro triunfo de los lobbies de la energía es haber excluido del acuerdo final cualquier mención a la contribución del transporte marítimo y la aviación a las emisiones, cuando suponen hasta el 10% del total de los gases emitidos a la atmósfera. El retraso en la revisión del grado de cumplimiento del acuerdo hasta 2020 es otro de los obstáculos que el texto final introduce, pues no garantiza que los países cumplan lo que han firmado hasta dentro de cinco años, plazo suficiente para que la situación climática se agrave aún más.
La negativa de China e India, sobre todo el primero de ellos, a ser considerados como países desarrollados, por lo que sólo pueden aplicar medidas voluntarias para mitigar el calentamiento global, es otro de los fiascos de la cumbre. No es de recibo que quieran ser calificados como países “en vías de desarrollo”, cuando China es la segunda economía mundial y el mayor emisor de gases del planeta, siendo responsable de la cuarta parte de la emisión mundial de CO2, por delante de EEUU, que emite el 15% del total de gases. A esto se añade que los pequeños países en vías de desarrollo, más sensibles a los efectos perjudiciales del cambio climático, reclaman una mayor financiación por parte de los países desarrollados para mitigar las consecuencias del calentamiento global, de las que no son directamente responsables.
Como dato positivo, hay que resaltar que, a diferencia de cumbres anteriores, el acuerdo, aunque de mínimos, ha sido ratificado por todos los países presentes en la cumbre, lo que es un avance y un primer paso para que, en un futuro no muy lejano, se consiga de una forma decidida revertir el cambio climático.
A pesar de que Laurent Fabius, ministro de Asuntos Exteriores de Francia y anfitrión de la Cumbre del Clima, haya calificado de “histórico” este acuerdo, con su firma no se garantiza que no continuemos con nuestra marcha acelerada hacia el muro del colapso; tal vez, como mucho, seremos conscientes de que debemos levantar el pie del acelerador.
Artículo aparecido en La Crónica del Pajarito: