martes, 23 de agosto de 2016

TURISMO SOSTENIBLE, ¿UNA UTOPÍA?


Este verano, además de los incendios que se suceden todos los días, calcinando por causas humanas decenas de miles de hectáreas en España y Portugal, y los Juegos Olímpicos de Río, que han llegado a su fin, es noticia la situación de colapso de los lugares turísticos en nuestro país. En Barcelona, los vecinos y vecinas del centro histórico claman contra la invasión de turistas, sobre todo en verano; el 13% de sus residentes valora negativa o muy negativamente que la ciudad sea un destino turístico de referencia internacional. El Barrio Gótico, por ejemplo, ha perdido un 17,6% de población y sus alquileres han subido un 6%, verificándose la expulsión de la población original para ser sustituida por población foránea temporal, al tiempo que la especulación inmobiliaria relacionada con el turismo de masas se extiende por la ciudad condal. Ello ha obligado al ayuntamiento de Barcelona a controlar la proliferación de pisos turísticos, muchos de ellos ilegales, que rompen la convivencia entre turistas y vecinos por la sobreabundancia de los primeros.
Otro tanto ocurre con las islas Baleares. Un archipiélago que cuenta con una población estable de poco más de un millón de habitantes recibe cada año unos 14 millones de turistas, colapsando tanto las infraestructuras como los espacios naturales. Ibiza y Formentera son el máximo ejemplo de sobresaturación. Ibiza recibió 2,7 millones de turistas en 2014, veinte veces su población, y Formentera, con 11.500 habitantes, acoge a 1,2 millones de viajeros al año. La situación llega al paroxismo cuando se verifica que los profesionales que van a las islas a trabajar no tienen literalmente espacio físico para vivir, a menos que alquilen algún piso a precios desorbitados o compartan habitación, como si de turistas se tratara.
Estos no son más que dos ejemplos del grado de saturación al que se ha llegado en cuanto a ocupación del espacio, sobre todo en nuestras costas. El informe del Observatorio de la Sostenibilidad “Cambios en la ocupación del suelo en la costa” revela que casi la mitad de las construcciones que invaden la franja litoral han sido edificadas en los últimos 25 años, intensificado con el boom inmobiliario del presente siglo. Provincias como Málaga o Valencia tienen unos índices de transformación del uso de suelo en espacios artificiales que superan el 60% en el caso de Valencia hasta un preocupante y límite 81% en el caso de Málaga. Pero esto es extensible a cualquier provincia costera. En Murcia, la situación del Mar Menor es el ejemplo de uso excesivo de los ecosistemas, agravado en este caso por la agricultura intensiva.
Con la situación que viven países como Grecia, Turquia o el norte de África, muchos turistas cambian su destino a España, para satisfacción del sector hotelero y de los gobiernos autonómicos, que celebran el continuo aumento de visitantes, pero para desgracia de los espacios naturales costeros, que sufren una presión sin precedentes: pérdida de biodiversidad, alteración de hábitats (sobre todo dunas, humedales y fondos marinos), contaminación, modificación del paisaje, etc. Además, el consumo excesivo de agua y la generación de residuos son otros de los problemas que produce el turismo de masas, que afecta directa e indirectamente a los ecosistemas.
Seguramente este año se alcanzará nuevamente el récord de visitantes en España. El año pasado se alcanzaron los 68,1 millones de turistas, representando el sector turístico el 12% del PIB. Pero no todo vale para mover la economía. La calidad de vida de las poblaciones locales, el buen estado de conservación de los ecosistemas, el cuidado de las ciudades, la preservación de los espacios naturales para las generaciones futuras, son valores que hay que tener en cuenta, y no sólo el factor monetario, a menudo asociado a empleos precarios y temporales y abusos laborales. La implementación de medidas encaminadas a conseguir un turismo realmente sostenible, es decir, aquellas actividades turísticas respetuosas con el medio natural, cultural y social, y con los valores de la comunidad, y cuyos beneficios (no solamente económicos) se reparten de forma equitativa entre el turista y la comunidad, deben ser una prioridad en las políticas públicas asociadas al sector, si no queremos matar la gallina de los huevos de oro.
Artículo publicado hoy en La Crónica del Pajarito:

martes, 2 de agosto de 2016

LA ECOLOGÍA POLÍTICA, MOTOR DE CAMBIO


Vivimos en unos tiempos convulsos, tal y como suele ocurrir cada cierto tiempo, sobre todo desde comienzos del siglo XX. De forma cíclica se alternan periodos de prosperidad, en los que se respira una cierta sensación de seguridad, con lapsos de tiempo en los que parece que la tierra se hunde a nuestro alrededor. Cierto es que en el llamado “primer mundo”, en el que nos encontramos, los problemas son nimios en comparación con otras regiones del mundo donde la gente vive sumida en una crisis continua y donde su propia supervivencia está en juego día tras día.
La nueva ideología propone la reducción del consumo total de materias primas, energías y ocupación del territorio y persigue el “buen vivir” antes que el “tener más”
En el siglo XX, el mundo occidental pasó por estos ciclos, con los primeros 13 años del siglo, los “felices 20” o los llamados “Treinta gloriosos” (el tiempo comprendido entre 1945 y 1975) como periodos de relativa paz, de cierta prosperidad y positivismo tecnológico, intercalados con las dos guerras mundiales y la crisis desencadenada en 1929 y desarrollada en los años 30 como periodos en los que se tambalearon los cimientos de la civilización. A partir de la segunda mitad del siglo XX se desarrolla lo que Varoufakis denomina el “Plan Global”, una estrategia puesta en marcha por EEUU para dar salida en el resto del mundo a todos los productos excedentes de la industria norteamericana, y el inicio del esquema Producción-Consumo-Generación de Residuos, rápidamente adoptado por muchos países y base del capitalismo tal y como lo conocemos. Este sistema productivo es como una gigantesca máquina que devora cantidades ingentes de materias primas y combustibles fósiles, que obliga a consumir los productos de forma continua como si no hubiera un mañana para mantener el sistema insaciable, con ayuda de técnicas publicitarias y los grandes medios de comunicación.
Este plan chocó en pocos años con la dura realidad, los límites biofísicos del planeta. En 1972, un grupo de expertos agrupados en el llamado Club de Roma redactaron un informe, “Los límites del crecimiento”, en el que ya se advertía que, «en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (población y producto per capita) no son sostenibles». Unos años antes, en la década de los 50, el físico Marlon K. Hubbert predijo el declive de la producción de petróleo, a partir de un momento determinado, llamado “pico del petróleo” (“peak oil” en inglés), momento en el que la obtención de crudo sería cada vez más difícil y caro. Hubbert acertó en lo que respecta al petróleo de EEUU, fijando en 1970 el pico del petróleo norteamericano, momento que coincide, aproximadamente, con la primera gran crisis del petróleo.
La Agencia Internacional de la Energía fijó en 2006 el “pico del petróleo” a nivel mundial, lo que significa que desde ese año, el petróleo extraído lo es con un mayor coste y es de peor calidad. No es casualidad que ese año se inicia de forma masiva la extracción de crudo por medio de la técnica de la fracturación hidráulica, más conocido como fracking, técnica que produce no pocos efectos perjudiciales en el medio ambiente, como la contaminación del agua y del suelo, la inducción de terremotos y la ocupación de tierras, con su repercusión en la fauna y flora.
A esto se suma el cambio climático, fenómeno acelerado por la acción humana, principalmente las emisiones de gases de efecto invernadero debido a la quema de combustibles fósiles, emisiones que han aumentado de forma exponencial en las últimas décadas, a pesar de las buenas intenciones reflejadas en las sucesivas cumbres del clima, como la última de ellas celebrada en París en diciembre pasado.
La solución a la grave crisis ecológica descrita, que lleva aparejada otros aspectos de la crisis, como la social, la financiera e incluso la política, sólo puede venir de la ideología más joven y la que mejor sabido leer la situación: la ecología política. Frente a la economía lineal imperante basada en la producción, el consumo desenfrenado y la generación de residuos, la ecología política propone una economía circular, con la aplicación de la regla de las 3R (reducción, reutilización y reciclaje) y un consumo responsable. Frente al uso de combustibles fósiles generadores de gases de efecto invernadero, desde la ecología política se promueven las energías renovables. Frente al crecimiento económico como dogma de fe para crear riqueza, medido con un indicador imperfecto como es el PIB –cuando se sabe que esta riqueza sólo llega a una minoría de la población, produciendo además degradación ambiental y merma de los derechos sociales– y al productivismo entendido como búsqueda del beneficio económico a toda costa, en detrimento de otros aspectos, la ecología política es más partidaria de un cierto decrecimiento, es decir, la reducción del consumo total de materias primas, energías y ocupación del territorio y es antiproductivista, pues persigue el “buen vivir” antes que el “tener más”.
La ecología política es el camino, por tanto, para llegar a una sociedad que no ponga en peligro el futuro de las nuevas generaciones y del planeta, y debe ser la base de un programa de gobierno de cambio, justo con otros pueblos y respetuoso con la Naturaleza.
Artículo publicado hoy en La Crónica del Pajarito: