El crecimiento per se produce una serie de efectos perjudiciales sobre los ecosistemas que los economistas clásicos suelen obviar. El crecimiento aumenta la huella ecológica, es decir, la superficie necesaria para subvenir a las necesidades y para asimilar los residuos producidos por cada población determinada de acuerdo a su modo de vida específico, de forma indefinida. Además, produce el aumento de las emisiones de CO2, acelerando el cambio climático. Así, España acaba de agotar el presupuesto ecológico correspondiente a 2012 y a partir de hoy ya inicia su deuda ecológica, emitiendo más CO2 del que puede absorber y superando su biocapacidad (ver enlace). A nivel mundial, el crecimiento global de las economías desarrolladas provoca un aumento de las desigualdades -con el incremento en los índices de mortalidad, delincuencia, problemas psicológicos...- (ver enlace) y el agotamiento de los recursos naturales, que hipotecan nuestro futuro. En un planeta finito, son mayores los inconvenientes provocados por el crecimiento que las ventajas que nos puede aportar, como se ha visto en los últimos decenios.
A partir de la década de los '70, cuando se vieron los primeros síntomas de que el sistema económico imperante en Occidente nos llevaba a un callejón sin salida, toda una serie de economistas empezaron a cuestionar el dogma del crecimiento. En 1972, el Club de Roma publicó la obra conjunta Los límites del crecimiento, en el que ya se advertía que, «en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (población y producto per cápita) no son sostenibles». Ese mismo año, Herman Daly (1938) propone la teoría de la economía del estado estacionario, en el que, alcanzado un estado óptimo de la economía, no es necesario un crecimiento anual. Sin embargo, Nicholas Georgescu-Roetgen (1906-1994) cuestionó este extremo, considerando que, debido a las leyes de la termodinámica, no se podía mantener este estado, y que "durante el uso de materiales, siempre hay una parte que se degrada y que es imposible de recuperar, ni con los métodos más futuristas de reciclado". También anticipó el cambio climático e introdujo factores inmateriales, como la alegría, en los flujos económicos. Sus teorías dieron lugar al concepto de decrecimiento, debida a Serge Latouche (1940). A partir de 2002, el decrecimiento, corriente de pensamiento económico, político y social que aboga por la disminución gradual y controlada de la producción (por lo menos en los países más industrializados), para no sobrepasar los límites del planeta, tiene cada vez más adeptos. En 2008, Christian Kerschner cree que ambos puntos de vista (estado estacionario y decrecimiento) pueden ser compatibles.
Estas alternativas a la economía ortodoxa, desde la óptica de la llamada economía ecológica, que ningún gobierno actual tiene en cuenta, son, sin embargo, las únicas que pueden asegurar un futuro próspero a la humanidad. Pero aquí la prosperidad no significa opulencia ni acopio de bienes materiales, alentado por campañas institucionales de incitación al consumo (o más bien al consumismo), como bien explica Tim Jackson (1957) en su libro Prosperidad sin crecimiento. En palabras de Jackson: "La prosperidad tiene que ver con nuestra capacidad de florecimiento (físico, psicológico y social) (...) que depende fundamentalmente de nuestra capacidad para participar significativamente en la vida de la sociedad". En este ensayo se dice que, según diferentes estudios (Worldwatch Institute, PNUD), no hay un aumento real en la esperanza de vida, en la mortalidad infantil o en los niveles educativos a partir de unos ingresos netos per capita de 15.000 dólares anuales (unos 11.500 euros).
En los países más desarrollados es urgente realizar esa transición hacia una economía baja en carbono, que frene y revierta el cambio climático, tal y como demanda la Comisión de Medio Ambiente de la UE, para conseguir la reducción de las emisiones de CO2 en un 40% en 2030 y un 80% en 2050 (ver enlace), una economía capaz de crear de empleo, al tiempo que cambia la posición de las personas en el sistema productivo, pasando de ser meros peones del proceso ideado por las cúpulas para alcanzar determinadas metas macroeconómicas, que han demostrado ser perjudiciales para nuestro planeta, a ser verdaderos protagonistas en la toma de decisiones y en la construcción de una sociedad ambientalmente sostenible y socialmente justa. Para ello es necesario acometer una serie de reformas a nivel internacional, como son, entre otros:
- Reforma fiscal verde, de modo que "el que más contamina, más paga".
- Inversión en una economía verde, con el desarrollo de sectores como las energías renovables, la rehabilitación de las viviendas con criterios bioclimáticos, el reciclaje y la gestión de residuos, la agricultura ecológica, la ganadería no intensiva, etc.
- Reparto del trabajo para que más personas puedan trabajar y para disponer de más tiempo para otras actividades social y personalmente más útiles (ver entrada anterior).
- Disminución de las diferencias de renta entre los diferentes sectores de la sociedad, con el incremento de la fiscalidad a las grandes fortunas.
- Introducción de una Renta Básica Universal (ver entrada anterior).
- Desmantelamiento de la cultura consumista, fuente de ansiedad y que impulsa a las personas a la búsqueda incesante de la "novedad" vacía de contenido, además de ser una actividad depredadora de los recursos naturales.
- Aumento de la resiliencia, término que se refiere a la capacidad de una sociedad de recuperarse ante situaciones de crisis. Esto se puede conseguir incrementando la participación de las personas en la vida comunitaria y aumentando la cohesión social, reduciendo la movilidad geográfica de los trabajadores, es decir, todo lo contrario de lo que pretende el actual gobierno español con su reforma laboral.
Hay que rechazar la dictadura del PIB como medida de una economía, como la actual, que es perjudicial para el planeta, al tiempo que los gobiernos deben iniciar la transición hacia una economía baja en carbono. Nuestros descendientes lo agradecerán.
En los países más desarrollados es urgente realizar esa transición hacia una economía baja en carbono, que frene y revierta el cambio climático, tal y como demanda la Comisión de Medio Ambiente de la UE, para conseguir la reducción de las emisiones de CO2 en un 40% en 2030 y un 80% en 2050 (ver enlace), una economía capaz de crear de empleo, al tiempo que cambia la posición de las personas en el sistema productivo, pasando de ser meros peones del proceso ideado por las cúpulas para alcanzar determinadas metas macroeconómicas, que han demostrado ser perjudiciales para nuestro planeta, a ser verdaderos protagonistas en la toma de decisiones y en la construcción de una sociedad ambientalmente sostenible y socialmente justa. Para ello es necesario acometer una serie de reformas a nivel internacional, como son, entre otros:
- Reforma fiscal verde, de modo que "el que más contamina, más paga".
- Inversión en una economía verde, con el desarrollo de sectores como las energías renovables, la rehabilitación de las viviendas con criterios bioclimáticos, el reciclaje y la gestión de residuos, la agricultura ecológica, la ganadería no intensiva, etc.
- Reparto del trabajo para que más personas puedan trabajar y para disponer de más tiempo para otras actividades social y personalmente más útiles (ver entrada anterior).
- Disminución de las diferencias de renta entre los diferentes sectores de la sociedad, con el incremento de la fiscalidad a las grandes fortunas.
- Introducción de una Renta Básica Universal (ver entrada anterior).
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- Aumento de la resiliencia, término que se refiere a la capacidad de una sociedad de recuperarse ante situaciones de crisis. Esto se puede conseguir incrementando la participación de las personas en la vida comunitaria y aumentando la cohesión social, reduciendo la movilidad geográfica de los trabajadores, es decir, todo lo contrario de lo que pretende el actual gobierno español con su reforma laboral.
Hay que rechazar la dictadura del PIB como medida de una economía, como la actual, que es perjudicial para el planeta, al tiempo que los gobiernos deben iniciar la transición hacia una economía baja en carbono. Nuestros descendientes lo agradecerán.